Por Pedro Isern
Director Ejecutivo de CESCOS
La reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) se realiza entre el 23 y 29 de septiembre del 2025 bajo el lema “Juntos somos más fuertes: 80 años y más por la paz, el desarrollo y los derechos humanos”. En estas circunstancias y con semejante lema es contradictorio, y cada día más insólito, la ausencia de una democracia como Taiwán, es decir, una democracia pacífica, que ha alcanzado el desarrollo y donde efectivamente se respetan los derechos humanos.
En nuestro planeta hay países grandes, medianos y pequeños con niveles de ingreso per cápita altos, medios y bajos. Podemos también resumir en tres los sistemas políticos existentes: democracias, regímenes híbridos y dictaduras. Las democracias grandes y prósperas son una condición necesaria para la permanencia de un orden global liberal pero es importante remarcar el papel central que han jugado las democracias sólidas de tamaño mediano y pequeño. Por ejemplo, en este grupo sobresalen los países escandinavos, Australia, Holanda, Nueva Zelanda, Uruguay y Taiwán. El líder de este exitoso proceso de posguerra ha sido obviamente Estados Unidos, acompañado por otros países como Japón y potencias europeas como Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania.
Sin embargo, el orden liberal de posguerra enfrenta ahora el creciente desafío de países grandes que poseen muchos recursos materiales y que han consolidado eficientes instituciones represivas. El desafío se ha convertido hoy en amenaza dado que estos regímenes represivos utilizan su poder para influir crecientemente en el resto del planeta. ¿Cómo deberían actuar el conjunto de democracias grandes, medianas y pequeñas para contrarrestar esta creciente amenaza? Un recurso evidente sería incorporar y darle un papel relevante en las instituciones y espacios internacionales a sociedades abiertas, prósperas, con alta reputación y experiencia reciente en diversos sectores que pueden aportar a un mundo mejor.
Las democracias liberales alrededor del mundo no han generado todavía un espacio común para pensar una estrategia que impulse modelos y experiencias que aporten a un mundo más próspero y más transparente. La OCDE sería un ámbito posible pero su misión original es otra e incorporarle una estructura adicional no parece sencillo. ¿Cuál podría ser esa estrategia en el corto y mediano plazo? ¿Cómo diseñarla e impulsarla? Hay un problema de acción colectiva evidente pero también hay urgencia dado que el “Primus Inter Pares” y las sociedades abiertas enfrentan el desafío existencial de China en el lejano oriente. En este sentido, es incomprensible la inacción e indiferencia de muchas democracias liberales hacia Taiwán. Taiwán es un país de tamaño mediano, de instituciones transparentes y de ingreso alto que ha implementado en las últimas décadas políticas públicas eficientes e inclusivas, y este expertise puede ser transmitido y enseñado a las otras naciones del globo. Es una democracia sólida y pacífica donde se respetan los derechos humanos, que no pretende interferir sobre otros países, con un notable conocimiento en tecnologías de vanguardia y cuyos desarrollos pueden ser exportados y compartidos para mejorar, por ejemplo, el sistema de salud y el sistema educativo de sociedades abiertas que tienen un menor desarrollo socioeconómico.
¿Cuál es la explicación del resto del mundo, particularmente del resto de las democracias liberales, para no buscar incorporar a Taiwán en determinados espacios internacionales donde se debaten políticas en general y determinadas políticas públicas en particular? La respuesta es sencilla: no enemistarse con China. Pero evitar un diálogo genuino y transparente con uno de los países más pacíficos y desarrollados del mundo no va a contribuir a aquietar y moderar a China continental. Por el contrario, cuánto más las democracias reflejen un comportamiento distante hacia otra democracia sólida, de tamaño mediano, pacífica y próspera que ha estado asediada por décadas, más generarán incentivos para una creciente agresividad desde los regímenes represivos grandes y poderosos hacia esas propias democracias.
El ejemplo de Rusia en Ucrania es representativo. Putin ha percibido la reciente equidistancia y neutralidad de los Estados Unidos desde la asunción de Trump como una señal para avanzar con brutalidad no solo hacia Kiev sino como una señal para comenzar a asediar a los países bálticos y, en las últimas semanas, a Polonia y a Rumania. Otro contundente ejemplo al respecto ha sido el vergonzoso papel jugado por las democracias ante la destrucción de la sociedad abierta en Hong Kong. El mundo mira con indiferencia y equidistancia lo que ha hecho Beijing en Hong Kong. Es uno de los antecedentes más lamentables de la historia reciente.
En estos casos las democracias liberales ejercen una incomprensible neutralidad y ello las enfrenta ahora a un inminente punto de quiebre o “momento Sputnik” ¿En qué consiste este punto de quiebre? En asumir, por un lado, que hay un costo creciente en dialogar con dictaduras para buscar “puntos medios” inexistentes y, por otro lado, en comprender que habrá costos por no involucrar y contener a democracias medianas y pequeñas que sufren el acoso de dictaduras. Ucrania y Taiwán son dos casos contundentes pero sucede también con el asedio que sufren los mencionados países bálticos, Polonia y Rumania. La pregunta es recurrente: ¿Cómo es posible que una constelación de democracias transparentes y prósperas no actúen explícitamente para defender a democracias de tamaño mediano y con instituciones ejemplares como Taiwán, que sufren la constante agresión de dictaduras grandes y poderosas como China? ¿Cómo es posible que no busquen y encuentren un ámbito para explícitamente incorporar como miembro de distintas instituciones internacionales a una democracia transparente y mediana que ha aportado notables desarrollos tecnológicos y cuya vida cívica en la isla refleja un notable ejemplo de tolerancia, respeto e inclusión? ¿No hay acaso siquiera algunos órganos globales donde no valga la pena incorporar una experiencia tan excepcional?
Así, recurramos a un ejemplo actual para preguntarnos cuál de estas dos situaciones fortalecería más a las sociedades abiertas: ¿apoyar a Ucrania aun si resultara derrotada o buscar un pacto con Rusia para acotar sus demandas ante una hipotética victoria de Putin? El florecimiento en el largo plazo de las democracias y la vigencia de los derechos individuales descansa en nuestra capacidad de construir alianzas con las sociedades abiertas incluso cuando se encuentran asediadas y amenazadas, como sucede en Ucrania, en Hong Kong o en Taiwán y, por otro lado, descansa también en nuestra voluntad de evitar la tentación de sentarnos en una mesa con dictadores y déspotas con el objetivo de buscar un atajo de corto plazo para la falsa resolución de problemas profundos.
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