Todos conocemos las cadenas de WhatsApp: mensajes que advierten sobre supuestas nuevas modalidades de robo, teorías conspirativas sobre vacunas, dietas milagrosas o reflexiones motivacionales para empezar el día. Suelen circular en grupos numerosos, reenviados una y otra vez hasta perder el rastro de su origen, casi siempre acompañados de un pedido urgente a compartirlos con todos tus contactos. En la mayoría de los casos, se trata de desinformación. En los últimos años, WhatsApp se ha consolidado como uno de los escenarios más propicios para la circulación de noticias falsas, rumores y mitos.

En la época de la posverdad, donde la emoción y la narrativa pesan más que la evidencia, las redes sociales han transformado profundamente la forma en que se produce, distribuye y consume la información. Aunque plataformas como Instagram, X (antes Twitter) o Facebook suelen acaparar el foco del debate público sobre desinformación, las aplicaciones de mensajería, y en particular WhatsApp, cumplen un rol decisivo que muchas veces es subestimado. El descrédito a las instituciones, la crisis de los medios tradicionales de comunicación y el auge de las redes sociales han generado un terreno fértil para que la mentira viaje más rápido y más lejos que la verdad (Greenpeace, 2019; Raboso, 2020). Justo cuando se necesita cohesión social para enfrentar desafíos comunes, la desinformación irrumpe con fuerza disgregadora: apela a las emociones, explota vínculos de confianza, como los familiares y amistosos, y debilita el consenso social.

Una investigación del Digital Democracy Institute of the Americas (DDIA) reveló que, entre enero y octubre de 2024, se compartieron más de 3.200 mensajes con contenido falso en 1.400 grupos públicos de WhatsApp liderados por latinos en Estados Unidos, alcanzando a más de 3,4 millones de usuarios. Esta cifra ilustra la magnitud del fenómeno, que trasciende las fronteras latinoamericanas y afecta también a las comunidades de la diáspora.

La elección de WhatsApp como vehículo para la desinformación no es casual. Su principal fortaleza, la encriptación de extremo a extremo, garantiza privacidad total, pero también impide rastrear el contenido que circula. Nadie, ni siquiera la propia empresa, puede acceder a los mensajes. Esta opacidad convierte a WhatsApp en un canal ideal para difundir desinformación masiva sin control. Por ejemplo, una cadena que asegura que tomar agua con ajo previene el COVID-19 no puede ser rastreada dentro de la aplicación, lo que impide saber cuántas personas la recibieron. Detener una de sus ramificaciones no evita que siga propagándose por otras. Además, identificar al emisor original resulta prácticamente imposible, lo que limita las posibilidades de sanción. Como consecuencia, también se vuelve muy difícil garantizar que quienes recibieron la desinformación accedan más adelante a una rectificación o información verificada (Martínez, 2017).

Si bien WhatsApp no utiliza algoritmos de distribución como otras plataformas, existen patrones reconocibles que permiten identificar espacios más propensos a la desinformación. El tipo de usuario y el tipo de grupo son factores clave. Las investigaciones muestran que los grupos numerosos y sin una función específica son más proclives a recibir y distribuir cadenas engañosas. Por ejemplo, un grupo de amigos del club de tenis probablemente no reciba este tipo de mensajes si se limita a coordinar partidos, salvo que uno de sus miembros pertenezca a otros grupos más vulnerables (Harry, 2023).

En cambio, los grupos familiares son terreno fértil para este tipo de contenidos. La falta de un objetivo claro, sumada a la diversidad etaria y de experiencias digitales, los convierte en espacios especialmente susceptibles. Las personas mayores, en particular, tienden a reenviar mensajes sin verificar su veracidad, ya sea por desconocimiento tecnológico o por confiar en su autenticidad. El fenómeno se potencia porque esos mensajes suelen llegar de fuentes afectivas: un padre, un abuelo, una hermana.

La desinformación en WhatsApp adopta múltiples formatos: textos, imágenes manipuladas, capturas de pantalla, audios o videos fuera de contexto. Suele presentar características fácilmente reconocibles: errores ortográficos, titulares sensacionalistas, apelaciones emocionales, afirmaciones extraordinarias y llamados urgentes a la acción como “Reenvíalo a todos tus contactos”. Las temáticas que aborda son tan amplias como recurrentes: mensajes políticos, alertas sobre supuestos delitos (como robos, estafas o secuestros), contenidos médicos (remedios caseros, teorías conspirativas sobre vacunas, dietas extremas o efectos no comprobados de medicamentos), así como consejos de vida o reflexiones emocionales que prometen soluciones mágicas para alcanzar la felicidad o encontrar pareja.

Las consecuencias no son solo simbólicas o discursivas: pueden ser profundamente dañinas, e incluso letales. Durante la pandemia del COVID-19, la circulación de cadenas con teorías conspirativas sobre el origen del virus o supuestas curas milagrosas, como beber agua con ajo, generó confusión, desconfianza y decisiones perjudiciales para la salud pública. Lo mismo ocurrió con la llegada de las vacunas, cuando comenzaron a circular mensajes alarmistas sobre sus efectos secundarios, lo que dificultó seriamente los esfuerzos de inmunización masiva. En ambos casos, la desinformación encontró un terreno fértil: temas altamente sensibles, escasa información científica y una profunda incertidumbre social. En ese contexto, los mensajes falsos cumplieron un propósito claro: sembrar miedo, confundir y desestabilizar (Saavedra, 2020).

Incluso antes de la pandemia, ya se registraban casos trágicos relacionados con la desinformación. En México, el 29 de agosto de 2018, dos hombres fueron linchados y quemados vivos por una multitud tras ser falsamente identificados como secuestradores de niños, a raíz de un mensaje viral de WhatsApp. Casos similares ocurrieron ese mismo año en Ecuador, Colombia, India y Sri Lanka (Martínez, 2018).

Dado que WhatsApp no puede monitorear el contenido de los mensajes, su margen de acción es limitado. Una de las principales medidas adoptadas fue restringir los reenvíos masivos: desde 2020, un mensaje solo puede reenviarse automáticamente a cinco contactos o grupos. Si se quiere seguir compartiendo, debe hacerse de forma manual. Paradójicamente, esta medida generó una cadena falsa que aseguraba que WhatsApp comenzaría a leer los mensajes privados, lo que obligó a la empresa a salir a desmentir la información y aclarar que no accede al contenido de las conversaciones (Meta, 2020).

La herramienta más poderosa para combatir la desinformación no está en manos de las plataformas ni de los gobiernos: está en los propios usuarios. Las recomendaciones de WhatsApp para detectar y evitar la difusión de contenido falso coinciden con las advertencias de expertos en alfabetización mediática. El primer paso es adoptar una actitud crítica frente a cualquier mensaje, incluso, y especialmente, cuando coincide con nuestras creencias personales. El segundo paso es corroborar la fuente. Si se cumplen estas dos condiciones, resulta mucho más difícil compartir desinformación de manera inadvertida.

WhatsApp sugiere prestar especial atención a los mensajes largos con titulares exagerados, inverosímiles o alarmistas. Aquellos marcados como “Reenviado muchas veces”, una etiqueta que indica que el mensaje ha circulado ampliamente y que probablemente quien lo reenvió no conoce al autor original, requieren una vigilancia aún mayor (WhatsApp, s.f.). Antes de reenviar este tipo de contenidos, es fundamental detenerse a pensar. ¿El mensaje suena creíble? ¿Se puede verificar? ¿Genera miedo o ansiedad? ¿Podría perjudicar a alguien si lo toma como cierto?

También es clave advertir a la persona que lo compartió si se detecta que contiene información falsa. Esto no solo corta la cadena en ese momento, sino que permite que esa persona deje de difundirlo y, si lo considera necesario, se lo aclare a quienes ya lo recibieron (Dionis, 2020; Arredondo, 2019).

Lo más importante es no reenviar automáticamente. Cualquiera puede convertirse en emisor de desinformación, incluso con las mejores intenciones. Por eso, la responsabilidad recae en cada usuario: verificar la fuente, cuestionar el contenido y pensar antes de compartir. Muchas personas han difundido cadenas falsas por temor o por el deseo genuino de advertir a sus seres queridos. Es comprensible que, frente a una alerta sobre un robo en tu barrio, una posible corrida bancaria, la advertencia de un secuestrador cerca de donde viven tus sobrinos o la desaparición de una joven en una zona que frecuentan tus amigas, uno decida compartir la información “por si acaso”. Y si fuera cierta, ¿no habría que advertir? Ese dilema tan humano explica, en parte, por qué la desinformación se propaga con tanta eficacia. En muchos casos, cuando el mensaje llega, la información aún es escasa y no hay forma de verificarla. Solo con el paso del tiempo, y cuando fuentes confiables confirman o desmienten los hechos, se descubre que aquello que se compartió era falso (Harry, 2023).

En tiempos de infodemia, la información circula con tal rapidez que distinguir entre versiones ligeramente modificadas de una misma noticia y determinar cuál es más cercana a la verdad se vuelve una tarea compleja. Incluso medios reconocidos han difundido información errónea en su afán por informar con inmediatez. Por eso, hoy más que nunca, es fundamental sostener una actitud crítica frente a cualquier contenido. Si una noticia suena extrema, escandalosa o inverosímil, probablemente no sea cierta. Antes de reenviar una cadena cuyo origen se desconoce, es imprescindible pensar en el posible impacto del mensaje. Frenar la desinformación no requiere grandes gestos heroicos. A veces basta con hacer algo tan simple como detenerse, dudar, verificar y decidir no compartir.

 

Bibliografía: 

Arredondo, A. (2019). ¿Por qué hay tantas cadenas falsas en Whatsapp? Voz de América. https://www.vozdeamerica.com/a/noticias-cadenas-falsas-whatsapp/4824474.html

DDIA (2024). Q4 2024 Snapshot: Latinos and WhatsApp. Digital Democracy Institute of the Americas. https://ddia.org/en/q4-2024-snapshot-latinos-and-whatsapp

Dionis, M. G. (2020). Epidemia de desinformación: el miedo nos debilita frente a los bulos. Agencia SINC. https://www.agenciasinc.es/Reportajes/Epidemia-de-desinformacion-el-miedo-nos-debilita-frente-a-los-bulos

Greenpeace (2019). Así funciona la desinformación en WhatsApp – ES | Greenpeace España. ES | Greenpeace España. https://es.greenpeace.org/es/en-profundidad/asi-funciona-la-desinformacion-en-whatsapp/

Harry, L. (2023). Misinformation on WhatsApp: Insights from the Caribbean diaspora. Center for Media Engagement. https://mediaengagement.org/research/whatsapp-misinformation-caribbean-diaspora

Martínez, M. P. (2017). “Hagamos viral esta información”: Un análisis al dark social, las cadenas de desinformación y los medios en Colombia. Centro Gabo. https://centrogabo.org/content/hagamos-viral-esta-informacion-un-analisis-al-dark-social-las-cadenas-de-desinformacion-y

Martínez, M. (2018). «Fake news» en México: cómo un mensaje de WhatsApp llevó a un pequeño pueblo a quemar vivos a dos hombres inocentes. BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-46178633

Meta (2020). Comunicado de Whatsapp. Newsroom Meta. https://about.fb.com/es/news/2020/04/comunicado-de-whatsapp/

Raboso, J. (2020). Desinformación viral en Whatsapp ¡Frenemos la curva de propagación de bulos! – ES | Greenpeace España. ES | Greenpeace España. https://es.greenpeace.org/es/noticias/desinformacion-viral-en-whatsapp-frenemos-la-curva-de-propagacion-de-bulos/

Saavedra, G. (2020). Cadenas de Whatsapp: propagadoras de mitos y desinformación sobre el coronavirus. EL NACIONAL. https://www.elnacional.com/2020/03/cadenas-de-whatsapp-propagadoras-de-mitos-y-desinformacion-sobre-el-coronavirus/

Whatsapp (s.f.). Cómo evitar la propagación de desinformación. Centro de Ayuda Whatsapp. https://faq.whatsapp.com/431498999157251/?locale=es_LA&category=5245250

 


 

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