Por Rodrigo Melgar
Magíster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Leiden y Magíster en Historia por la Universidad de Montevideo.
Resulta llamativo como en pleno Siglo XXI, en pleno apogeo de las tecnologías de la información, tengamos tal preponderancia de narrativas contestatarias de la verdad. En un mundo donde poseemos certezas derivadas de imágenes satelitales, trazabilidad de la información y verificaciones cruzadas de datos, abundan aquellos que afirman que hay una suerte de verdad velada que escaparía al observador no avezado: la famosa posverdad.
Quienes suscriben a ese tipo de lecturas de nuestra realidad, postulan variopintas confabulaciones que explicarían fenómenos de importancia mundial: el 9/11 habría sido orquestado con el conocimiento – cuando no la anuencia expresa – de la Casa Blanca, la pandemia del COVID-19 no habría sido real, sino una artimaña elaborada por una élite oscura que controlaría a los ciudadanos del planeta desde las sombras y las pobres almas que encontraron la muerte a manos del ejército ruso a principios del 2022, habrían sido orquestadas por el gobierno de Kiev, que habría llegado a contratar actores para urdir tal sórdida pantomima del hallazgo de cuerpos.
Esto, que bien podría ser sacado de la distópica pesadilla febril de un autor decimonónico, es tan sólo una muestra de las marañas de supercherías a las que muchos internautas de Uruguay, Paraguay y Bolivia suscribieron en los comentarios circundantes a la masacre de Bucha perpetrada por Rusia a comienzos del 2022, según un estudio que realicé recientemente para CESCOS con el apoyo de la Fundación Friedrich Naumann titulado “Desinformación hemisférica: narrativas latinoamericanas sobre la masacre de Bucha”.
El estudio, que buscó analizar la presencia y preponderancia de variables de Anti-occidente, Anti-hegemonía, Anti-OTAN, Anti-Estados Unidos, Anti-Ucrania, Posverdad, Solidaridad con Ucrania, Anti-Rusia, Pro-Rusia y Neutral en las redes sociales de los cuatro medios más influyentes de los países antes mencionados, arrojó preocupantes datos: la variable más predominante en los comentarios fue aquella de posverdad, seguida por comentarios anti-Ucrania y, en tercer lugar, aquellos anti-Rusia.
De los países relevados, Bolivia lideró en menciones absolutas de las tres variables, cosa que no sorprende, ya que fue el país con mayor cantidad de comentarios relevados, pero en términos relativos fue Paraguay que lideró en menciones de posverdad y de anti-Ucrania. Uruguay, por otra parte, pese a ser el país con la menor cantidad de comentarios relevados, llevó la delantera en menciones tanto absolutas como relativas de anti-Occidente, así como en menciones relativas de anti-Rusia.
Las redes sociales también dieron mucho que pensar: X de Elon Musk (antigua Twitter) fue la red donde porcentualmente mayor representación de comentarios posverdad hubo, mientras que fueron los Facebook de Paraguay y Bolivia los que porcentualmente encabezaron la retórica anti-Ucrania. El Instagram de Paraguay habría posicionádose en términos relativos como el campeón de la solidaridad con Ucrania, con X e Instagram de Bolivia encabezando en términos relativos en comentarios anti-Rusia.
El cuadro presentado en el estudio es preocupante: demuestra en qué medida las narrativas de desinformación tienen calado en nuestra región, así cómo en pequeños países como Uruguay y Paraguay, juegan un rol fundamental narrativas anti-Occidente y de posverdad, respectivamente. Es especialmente en este terreno que abonan con firmeza y fertilidad las ideas y retóricas del Kremlin, y es por eso que no hay que descuidar la lucha por la verdad.
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