Por Pedro Isern
Director Ejecutivo de CESCOS

 

Desde su nacimiento en 1945 una de las tareas principales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha sido buscar la paz y la cooperación entre los pueblos. Hoy, cuando nos acercamos a los 80 años de vida de esta institución, podemos ver como Taiwán busca vivir en paz con su región y el mundo y China continental busca la agresión y provocación como método permanente. Ante semejante sistemática agresión, sería incluso decepcionante ver a una ONU neutral, pero, como ha sido evidente a lo largo de los años, ni siquiera vemos esa neutralidad o equidistancia. En cambio, comprobamos diariamente un apoyo (generalmente tácito, muchas veces explícito) a la conducta de una dictadura de 1300 millones de habitantes y 35 trillones de dólares de PIB contra una democracia pacífica de 23 millones de habitantes y 1,57 trillones de dólares de PIB (medido en paridad de poder de compra).

Taiwán no es solo una democracia transparente y pacífica que respeta el derecho de las minorías a expresar sus ideas y creencias, también es una economía clave en las cadenas globales de suministro de componentes de tecnologías de punta como, por ejemplo, los semiconductores. Su eficiente economía produce hoy cerca del 90% de los semiconductores de alta gama y una porción relevante de los chips avanzados para tecnologías inmersas en el decisivo ámbito de la Inteligencia Artificial.

El sistema internacional no tiene que elegir entre China y Taiwán. Esa falsa dicotomía fue impulsada por Beijing y tácitamente aceptada por la mayoría del resto de los países. Es urgente para la estabilidad de la región y la paz global que este enfoque erróneo sea repensado. La ONU enfrenta aquí un desafío existencial. Si no comprende la magnitud del problema es probable que continúe consolidando su camino hacia la intrascendencia. Un sistema global liberal (es decir, un sistema basado en el respeto de los derechos humanos inalienables de las personas) no puede tomar partido por una dictadura expansionista por sobre una democracia pacífica. En un punto, una creciente parte de la sociedad civil global le está pidiendo a la ONU que ni siquiera defienda a una democracia, sino que, apenas, ejerza un nuevo rol como una suerte de árbitro neutral. Ni siquiera se pide que defienda a la pequeña isla agredida por la enorme dictadura agresora. Simplemente se pide un ejercicio diplomático de la neutralidad. Si la ONU ni siquiera puede ser neutral en 2024, casi 80 años después de su creación posterior a la locura nazi y 35 años después de la implosión de la dictadura soviética, es razonable sostener que los demócratas y las democracias transparentes deben repensar las características de las instituciones que forman el sistema global liberal.

La ONU necesita más a Taiwán de lo que Taiwán necesita a la ONU. ¿Por qué? Porque Taiwán es una pequeña isla democrática y pacífica donde las minorías son respetadas y su voz escuchada mientras que la ONU y sus diferentes oficinas y consejos (particularmente, el Consejo de los Derechos Humanos con sede en Ginebra) se han convertido en ámbitos institucionales supranacionales que silencian a las minorías perseguidas en diversos países. El desprestigio de la ONU es hoy evidente. También es hoy evidente el prestigio de la transparente y pacífica Taiwán. La Asamblea anual de la ONU que se celebrará a partir de mediados de este mes de septiembre se enfrenta al desafío de la oportunidad. Después de lo sucedido durante la pandemia generada por el COVID 19, la ONU tiene que comprender que enfrenta la urgencia de incorporar países, personas y actores de la sociedad civil transparentes para aprender de los errores. Las instituciones supranacionales son transparentes cuando sus miembros lo son. Taiwán es una democracia plural y pacífica que puede aportar transparencia a un sistema internacional que se enfrenta al desafío existencial de la irrelevancia.

Una nota final sobre la mencionada neutralidad. Los ámbitos diplomáticos buscan generalmente la equidistancia entre las partes. Sin embargo, la equidistancia tiene sentido cuando los dos o más actores enfrentados parten de una idea de igualdad, donde los matices de unos y otros son comprensibles y atendibles para los terceros involucrados. La equidistancia o neutralidad carece de sentido moral cuando hay un agresor y un agredido claro y cuando, más aún, el agresor es grande y brutal y el agredido pequeño y pacífico. La referencia de la invasión rusa a Ucrania es en este punto representativa. Sin embargo, repetimos, la ONU ha dado un paso aun mayor con las agresiones de China a Taiwán: ni siquiera ha simulado neutralidad. Todas las posiciones y declaraciones realizadas asumen la postura de Beijing, incluso después de la información que ya tenemos sobre el comportamiento diametralmente opuesto de China y Taiwán durante la pandemia. La ONU tiene que estar a la altura de las circunstancias. Si no lo hace, el mundo libre tiene que tomar nota. Ha llegado el momento para que el mundo libre, es decir, las sociedades abiertas, por fin demuestren estar a la altura de las circunstancias en el Estrecho de Taiwán y en la disputa entre democracias y dictaduras en estos tiempos difíciles.

 


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