A lo largo de la historia, Rusia ha desempeñado un papel central en la configuración del orden internacional. Desde el Imperio de los zares hasta la Guerra Fría, su influencia geopolítica ha sido determinante. En la actualidad, aunque el escenario global ha cambiado, Moscú conserva esa capacidad de impacto, pero ahora mediante tácticas mucho más sutiles y disruptivas. Entre ellas, una destaca por su eficacia y alcance: la desinformación como arma estratégica.
En las últimas décadas, Rusia ha sido señalada como uno de los mayores desestabilizadores del sistema internacional contemporáneo. A través de una combinación de expansionismo político, violaciones sistemáticas del derecho internacional y una sofisticada maquinaria de influencia digital, ha logrado interferir en los procesos internos de diversos Estados soberanos. Si antes la amenaza era militar, hoy se libra en el terreno de la información. En un mundo hiperconectado, donde los algoritmos moldean la percepción pública, la manipulación de datos, narrativas y emociones, la desinformación se ha vuelto un instrumento tan potente como los tanques o los drones.
Rusia es reconocida globalmente por sus campañas masivas de desinformación, que han influido en acontecimientos políticos cruciales. Ejemplos emblemáticos incluyen el referéndum del Brexit (2016) o las elecciones presidenciales en Francia, donde sus redes mediáticas promovieron discursos euroescépticos y apoyaron partidos extremistas. Sin embargo, existe un caso menos mediático, pero igual de revelador: la interferencia rusa en el proceso de independencia catalana, que alcanzó su punto máximo durante el referéndum de 2017. Analizar este episodio resulta clave para comprender los mecanismos actuales de manipulación informativa y fortalecer la resiliencia ciudadana frente a ellos.
De Moscú a Barcelona: el laboratorio de la desinformación
El caso catalán no surgió de la nada. Fue el resultado de un proceso prolongado de ensayo y expansión de las estrategias rusas de desinformación. Todo comenzó en 2014, año marcado por la anexión de Crimea y el auge de las operaciones híbridas del Kremlin. Según informes de inteligencia europeos y estadounidenses, ese año Moscú intensificó el uso coordinado de lo que denominan armas de la desinformación.
Durante 2014 y 2016 se realizaron en Moscú varios congresos internacionales de movimientos independentistas, en los que participaron miembros del partido Solidaritat Catalana per la Independència. Aunque pequeño, este grupo recibió formación y contactos que posteriormente serían esenciales para la creación y difusión de campañas de manipulación informativa.
El vínculo más visible surgió con Alexander Ionov, presidente del Anti-Globalization Movement of Russia. En 2022, el Departamento de Justicia de Estados Unidos confirmó que esta organización fue financiada por el Kremlin a través del Fondo de Solidaridad Nacional (creado en 1999 para promover proyectos patrióticos y militares), y que funcionó como una de las principales herramientas de influencia en el extranjero.
Paralelamente, el Proyecto Lakhta, investigado por Robert Mueller en el marco de las interferencias electorales de 2016, fue clave para entender la arquitectura digital rusa. Creado también en 2014, el proyecto coordinaba campañas de desinformación globales mediante redes de proxys, portales de noticias y medios estatales como RT y Sputnik, todos financiados por el Kremlin. Su objetivo: crear, amplificar y normalizar narrativas falsas en distintos idiomas, utilizando ciudadanos rusos contratados específicamente para operar en redes sociales.
Según informes del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, las plataformas más utilizadas fueron YouTube, Facebook, Instagram y Twitter, donde miles de cuentas falsas difundían contenido polarizante en varios idiomas. Muchas de ellas, como reveló la investigación del propio Tesoro, estaban directamente conectadas con el Proyecto Lakhta y las campañas de Ionov. (Alandete, 2022)
Los engranajes del ecosistema de desinformación ruso
De acuerdo con un reporte del Departamento de Estado estadounidense (EPP Group, 2022), el sistema ruso de desinformación opera de forma estructurada, siguiendo una secuencia de capas interconectadas. Todo comienza con mensajes oficiales del Kremlin, donde Putin o sus voceros legitiman causas alineadas a sus intereses geopolíticos, como la independencia catalana.
En un segundo nivel, los medios estatales, especialmente RT y Sputnik, amplifican esas narrativas a escala global. Luego intervienen las fuentes proxy: analistas, académicos o periodistas extranjeros afines al discurso ruso, que aportan un barniz de credibilidad y distancia.
El cuarto nivel lo conforman las redes sociales, donde miles de bots y cuentas automatizadas difunden y multiplican los mensajes, alimentando la polarización política y emocional. Finalmente, en el extremo más agresivo, operan los hackers: unidades cibernéticas que acceden a correos, documentos o bases de datos con el fin de filtrar información sensible, desestabilizar gobiernos y erosionar la confianza pública en las instituciones.
Los centros de comunicación estratégica de la Unión Europea y la OTAN identifican este proceso en dos etapas: creación y amplificación. Primero se generan las fake news en portales o redes controladas por Rusia; luego se diseminan mediante una infraestructura digital bien financiada, con apoyo económico directo del Kremlin.
Surge entonces una pregunta inevitable: ¿cuánto invierte Rusia en este ecosistema y hasta qué punto está dispuesta a pagar por desestabilizar democracias desde dentro?
El referéndum catalán: la desinformación en acción
Todo este entramado alcanzó su clímax el 1° de octubre de 2017, durante el referéndum catalán. Aunque declarado ilegal por la Corte Constitucional española, la votación se llevó adelante y culminó con una declaración unilateral de independencia el 27 de octubre, anulada días después, la disolución del Parlamento catalán y el control directo de la región por parte del gobierno central.
Rusia supo explotar el caos. Los titulares de RT y Sputnik mostraban una narrativa de represión y heroísmo: “Cataluña eligió su propio destino entre balas de goma” o “Represión brutal de la policía española contra votantes catalanes”. Incluso difundieron testimonios falsos como el de Marta Torrecilla, quien denunció abusos que luego fueron desmentidos.
Otro titular viral, “El nuevo mapa de Europa: quiénes apoyan la independencia catalana”, mostraba países que supuestamente respaldaban la secesión, aunque la información era falsa y fue modificada posteriormente para conservar apariencia de veracidad.
Más revelador aún fue el titular “Efecto dominó: si Cataluña se independiza, 25 nuevos países podrían emerger de Rusia”, un mensaje calculado que expone el verdadero objetivo ruso: proyectar inestabilidad en Europa y debilitar la unidad occidental.
Como explicó Nico de Pedro, investigador del Institute for Statecraft de Londres, “Rusia no intervenía en Cataluña porque creyera legítimo el movimiento independentista, sino porque tenía el potencial de desestabilizar a un miembro de la Unión Europea y de la OTAN”.
La trama fue más profunda de lo que se imaginó. Fuentes periodísticas revelaron que emisarios rusos ofrecieron al presidente catalán, Carles Puigdemont, una ayuda de 500 mil millones en bitcoins y hasta diez mil soldados para sostener la ruptura con Madrid. Días antes de la declaración de independencia, Puigdemont se reunió con Nikolai Sadovnikov, conocido como “el enviado de Putin”. El encuentro, confirmado por el propio líder catalán, deterioró su credibilidad y encendió las alarmas en Bruselas.
La Comisión Europea abrió investigaciones a través de su Comité sobre Injerencias Extranjeras, y los análisis de tráfico digital mostraron que los mayores nodos de actividad en redes durante esos días se localizaban en Rusia o en proxys vinculados a ella. Sorprendentemente, los medios rusos tuvieron más alcance en Twitter que los españoles, incluso dentro del propio territorio ibérico.
El caso catalán demuestra que la desinformación es hoy una forma de poder político. Ya no se trata de conquistar territorios, sino de colonizar percepciones. Las democracias deben asumir que la defensa frente a este fenómeno es una tarea de Estado: fortalecer la educación mediática, establecer marcos regulatorios internacionales, construir resiliencia institucional y fomentar la cooperación entre gobiernos, plataformas tecnológicas y sociedad civil.
En la era digital, la soberanía ya no se defiende sólo en las fronteras físicas, sino también en el ámbito de la información, donde el poder se mide en narrativas y la verdad se ha convertido en el terreno más disputado de todos.
Referencias:
Alandete, D. E. (2022). Russian interference in the Catalan independence crisis (2014–2022). European People’s Party (EPP Group) in the European Parliament. Recuperado de https://octuvre.cat/wp-content/uploads/2024/01/Russian_interference_in_the_Catalan_inde.pdf?utm
Alonso, N. (2018, enero 11). US Senate report condemns Russian interference in Catalan referendum. El País. Recuperado de https://english.elpais.com/elpais/2018/01/11/inenglish/1515667883_820857.html
Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP). (2023, julio 10). Episode 5: Russian Meddling in Catalonia – A Playbook in Destabilization [Podcast episode]. Dirty Deeds: Tales of Global Crime & Corruption. Spotify https://open.spotify.com/episode/12v96ksKTYNrLT4x80z4ic?si=8Nzb36tCTHuG7tDLEs1UCg
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