Cuando pensamos en la desinformación, solemos atribuir toda la responsabilidad al emisor de la información falsa o manipulada. Sin embargo, en el contexto actual, todos desempeñamos un papel central, consciente o inconscientemente, en la difusión de desinformación. Con las redes sociales y las nuevas formas de consumo de noticias, dejamos de ser meros receptores para convertirnos también en difusores, no solo al generar contenido, sino también al compartirlo. En ese proceso, al interactuar con la información entran en juego nuestros sesgos cognitivos, que influyen de manera inadvertida tanto en la forma en que la interpretamos como en la decisión de difundirla.

El término sesgo cognitivo describe procesos psicológicos que distorsionan nuestra interpretación de la información, generando razonamientos poco lógicos o parciales que pueden derivar en juicios e interpretaciones erróneas. Estos sesgos cumplen un papel fundamental en la dinámica de la desinformación: por un lado, dificultan el análisis crítico y consumo imparcial de noticias; por otro lado, son explotados deliberadamente por actores que, en contextos de fuerte polarización social, los utilizan para propagar información falsa o manipulada. Por eso, para poder combatir la desinformación hay que entender qué sesgos cognitivos se activan, cómo funcionan y cómo se pueden neutralizar.

Uno de los sesgos cognitivos más conocidos, y que se ha intensificado con el auge de las redes sociales, es el sesgo de confirmación. Este término describe la tendencia de las personas a buscar, privilegiar y dar mayor credibilidad a aquella información que respalde las ideas o creencias que ya poseen. El sesgo de confirmación puede manifestarse de distintas maneras: solo creer información que respalde mis creencias (desestimando cualquier información contraria por más confiable que sea la fuente), interpretar o manipular evidencia y hechos para que se amolden a mis opiniones, o seleccionar de manera sesgada la evidencia, prestando atención sólo a lo que confirma nuestras ideas y desechando lo que las desafía.

Es uno de los sesgos más comunes y tiende a intensificarse cuando se trata de temas cargados de emoción o vinculados a creencias muy profundas, como la política o la religión. Su impacto es particularmente visible en el consumo de noticias, especialmente en redes sociales, donde los algoritmos se adaptan a las preferencias ideológicas de cada usuario y terminan reforzando sus propios sesgos.

A nivel individual, un claro ejemplo es el algoritmo de Instagram: si una persona interactúa únicamente con videos y creadores que apoyan una postura determinada, la plataforma comenzará a mostrarle contenido casi exclusivamente alineado con esa visión, limitando su exposición a perspectivas contrarias.

En un plano más amplio, muchos medios de comunicación, ya sean canales de televisión o periódicos, muestran una inclinación hacia determinados partidos políticos. Esto se traduce en coberturas claramente sesgadas: difunden noticias positivas sobre un partido y negativas sobre el otro, seleccionan qué hechos destacar en torno a temas polémicos u ocultan información que podría afectar a la fuerza política que apoyan. Aunque esto puede no parecer tan grave, a nivel social contribuye a profundizar las divisiones, encerrando a las personas en cámaras de eco y debilitando la posibilidad de diálogo, cooperación y consenso político.

A nadie le gusta que lo demuestren equivocado. Cuanto más arraigada es una creencia, más incómodo resulta enfrentarse a información que la contradiga. Por eso, lo que “queremos escuchar” termina convirtiéndose fácilmente en un patrón de sesgo de confirmación. Escapar de este círculo vicioso no es sencillo, pero el primer paso es reconocer que ese sesgo existe y entender cómo opera. De esta manera podemos estar más atentos a identificar cuándo las noticias o la información que consumimos está reforzando ese patrón, y hacer el esfuerzo consciente de incorporar nuevos datos cuando son verídicos, incluso si resultan incómodos.

Otro sesgo cognitivo que se ve muy presente en campañas de desinformación es el sesgo de autoridad. Este describe la tendencia a darle mayor credibilidad o peso a las opiniones e ideas que provienen de figuras consideradas de autoridad. Su principal manifestación es la aceptación casi automática de información, únicamente por el prestigio o posición de quien la emite. Esto puede observarse, por ejemplo, cuando se toma como incuestionable la opinión de un médico en temas de salud o la de un líder religioso en temas de moralidad.

En combinación con el sesgo de confirmación, el sesgo de autoridad es especialmente poderoso en campañas de desinformación. Cuando un mensaje no solo reafirma tus creencias previas, sino que además proviene de una figura considerada de autoridad, se crea la fórmula perfecta para consolidar una postura, incluso si está basada en información falsa.

El principal problema de este sesgo yace en la fuerte asociación entre el mensaje y la autoridad de la persona que lo emite. De esta manera, se omite completamente el análisis crítico del contenido, y la autoridad pasa a ser el mensaje en sí mismo. En la actualidad, marcada por la proliferación de noticias falsas, esta fuerte asociación es muy peligrosa. Por eso, la mejor forma de contrarrestar este sesgo es verificar y analizar críticamente la información en función de su contenido, sin importar el rango o la relevancia de la persona que la difunda.

El último de los sesgos cognitivos asociados a la desinformación es el sesgo de anclaje. Su nombre proviene de la tendencia de otorgarle mayor importancia a la primera información que se recibe sobre una temática, utilizándola como punto de referencia frente a cualquier dato posterior, como si se tratara de un “ancla”. Este sesgo se utiliza en muchos ámbitos. En las campañas de rebajas, por ejemplo, el consumidor evalúa el descuento en función del precio original, por eso muchos negocios inflan sus precios antes de aplicar una supuesta rebaja.

Debido al sesgo de anclaje, toda información nueva es comparada con la primera información recibida, y sobre esa comparación se emiten juicios. Por ejemplo, una baja de la tasa de desocupación del 3,1% al 2,6%, podría parecer un cambio positivo, cuando en realidad también podría deberse a que muchas personas abandonaron la búsqueda de empleo. Por ello, es fundamental analizar críticamente los nuevos datos y evaluarlos por su propio valor, sin quedar atrapados en el marco que impone la primera información.

Estas son algunas de las razones que justifican la necesidad de desarrollar habilidades de analizar críticamente el contenido que uno consume y ser responsable al momento de compartirlo, para no inadvertidamente contribuir a la desinformación.

 

 


 

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